viernes, 27 de febrero de 2009

Charla: LA MUJER Y LA VIDA LABORAL. En Alhaurín de la Torre

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

CHARLA COLOQUIO EN ALHAURIN DE LA TORRE

LA MUJER Y LA VIDA LABORAL

Impartida por la Psicoanalista Helena Trujillo

La incorporación femenina al campo laboral está fuera de dudas. Las actuales condiciones de vida y el deseo de realización profesional han llevado a la mujer al trabajo remunerado, sin embargo impedimentos psíquicos y morales la mantienen aún sumida en un mar de dudas. ¿Choca esta ambición profesional con los valores familiares? ¿Es egoísta dar prioridad a su carrera profesional? ¿Qué impedimentos se esconden tras la desigualdad económica?

Miércoles 4 de Marzo a partir de las 17 horas

Centro de la Mujer




Más información htpsicoanalisis@ya.com



viernes, 13 de febrero de 2009

Triunfó el erotismo

Lleno hasta la bandera.

Con éxito de público, con personas hasta en los pasillos, Helena Trujillo, coordinadora del Taller de Escritura que convocaba el Recital, ayer 12 de febrero se celebró el mes del amor de una forma única y original: con la lectura de una selección de textos de literatura erótica. Guillaume Apollinaire, Henry Miller, el Marqués de Sade, Miguel Óscar Menassa, Bocaccio, Oliverio Girondo, Vladimir Nabokov fueron los anfitriones de una noche apasionante. Quedó confirmado, al público malagueño le gusta el erotismo. No sólo de amor vive el hombre y la mujer.

Lo mejor de la noche:

LAS ONCE MIL VERGAS. GUILLAUME APOLLINAIRE

-Fragmento-

-Señorita, no he hecho más que veros por primera vez y, loco de amor, he sentido mis órganos genitales dirigirse hacia vuestra belleza soberana y me he enardecido como si hubiera bebido un vaso de raki.

-¿Dónde? ¿Dónde?

-Pongo mi fortuna y mi amor a vuestros pies. Si os tuviera en una cama, os probaría mi pasión veinte veces seguidas. ¡Que las once mil vírgenes o incluso que once mil vergas me castiguen si miento!

-¡Y cómo!

-Mis sentimientos no son falaces. No hablo así a todas las mujeres. No soy un calavera.

-¡Tu hermana!

Esta conversación se producía en el boule-vard Malesherbes, una mañana soleada. El mes de mayo hacía renacer la naturaleza y los gorriones parisinos piaban al amor en los árboles reverdecidos. Galantemente, el príncipe Mony sostenía esta conversación con una bonita y esbelta muchacha que, vestida con elegancia, bajaba hacia la Madeleine. Andaba tan deprisa que tenía dificultades para seguirla. De golpe ella se giró bruscamente y se desternilló de risa:

-Acabaréis pronto; ahora no tengo tiempo. Voy a la calle Duphot a ver a una amiga, pero si estáis dispuesto a mantener a dos mujeres desesperadas por el lujo y por el amor, si en definitiva sois un hombre, por la fortuna y el poder copulativo, venid conmigo.

El enderezó su bello talle exclamando:

-Soy un príncipe rumano, hospodar hereditario.

-Y yo -dijo ella- soy Culculine d'Ancóne, tengo diecinueve años, ya he vaciado los testículos de diez hombres excepcionales en las relaciones amorosas, y la bolsa de quince millonarios.

Y charlando alegremente de diversas cosas fútiles o turbadoras, el príncipe y Culculine llegaron a la calle Duphot. Subieron en ascensor hasta el primer piso.

-El príncipe Mony Vibescu... mi amiga Alexine Mangetout.

Culculine hizo muy formalmente la presentación en un lujoso gabinete decorado con obscenas estampas japonesas.

Las dos amigas se besaron intercambiándose las lenguas. Las dos eran altas, pero sin exageración. Culculine era morena, con ojos grises relucientes de picardía, y un lunar peloso adornaba la parte inferior de su mejilla izquierda. Su tez era mate, su sangre afluía bajo la piel, sus mejillas y su frente se arrugaban fácilmente testimoniando sus preocupaciones de dinero y de amor. Alexine era rubia, de ese color tirando a ceniza como no se ve más que en París. La clara coloración de su tez parecía transparente. Esta bella muchacha semejaba en su encantador deshabillé rosa, tan delicada y traviesa como una picara marquesa del siglo antepasado.

Trabaron pronto amistad y Alexine que tuvo un amante rumano fue a buscar su fotografía a su dormitorio. El príncipe y Culculine la siguieron. Los dos se precipitaron sobre ella y, riendo, la desnudaron. Su peinador cayó, dejándola en una camisa de batista que dejaba ver un cuerpo encantador, regordete, lleno de hoyuelos en los mejores lugares. Mony y Culculine la derribaron sobre la cama y sacaron a la luz sus bellos pechos rosados, grandes y duros, a los que Mony chupó las puntas. Culculine se inclinó y, levantando la camisa, descubrió dos muslos redondos y grandes que se reunían bajo un gato rubio ceniciento como los cabellos. Alexine, lanzando grititos de voluptuosidad, puso sobre la cama sus piececitos dejando escapar unas chancletas que hicieron un ruido sordo al caer al suelo. Las piernas muy separadas, levantaba el culo bajo el lameteo de su amiga crispando sus manos alrededor del cuello de Mony.

El resultado no tardó en producirse, sus muslos se apretaron, su pataleo se hizo más vivo, descargó diciendo:

-Puercos, me excitáis, tenéis que satisfacerme.

-¡Ha prometido hacerlo veinte veces! -dijo Culculine, y se desnudó.

El príncipe hizo lo mismo. Quedaron desnudos al mismo tiempo, y mientras que Alexine, como desmayada, estaba tendida en la cama, pudieron admirar recíprocamente sus cuerpos. El voluminoso culo de Culculine se balanceaba deliciosamente debajo de su talle exquisito y los grandes testículos de Mony se hinchaban debajo de un enorme miembro del que Culculine se apoderó.

-Méteselo -dijo-, después me lo harás a mí.

El príncipe aproximó su miembro al coño entreabierto de Alexine que se estremeció ante esta proximidad:

-¡Me matas! -gritó.

Pero el miembro penetró hasta los testículos y volvió a salir para volver a entrar como un pistón. Culculine se metió en la cama y puso su gato negro encima de la boca de Alexine, mientras que Mony le lamía la puerta falsa. Alexine movía el culo como una endemoniada; puso un dedo en el agujero del culo de Mony, cuya erección aumentó bajo esta caricia. El puso sus manos debajo de las nalgas de Alexine que se crispaban con una fuerza increíble, apretando en el inflamado coño al enorme miembro que apenas podía menearse allí dentro.

Pronto la agitación de los tres personajes fue extrema, su respiración se hizo jadeante. Alexine descargó tres veces, luego fue el turno de Culculine que desmontó inmediatamente para ir a mordisquear los testículos de Mony. Alexine se puso a gritar como una condenada y se retorció como una serpiente cuando Mony le soltó dentro del vientre su semen rumano. Culculine le arrancó inmediatamente del orificio y su boca fue a tomar el lugar del miembro para beber, a lengüetadas, el esperma que se derramaba en grandes borbotones. Alexine, entretanto, había tomado en la boca el miembro de Mony, que limpió cuidadosamente provocándole una nueva erección. Un instante después, el príncipe se precipitó sobre Culculine, pero su miembro permaneció en el umbral, cosquilleando el clítoris. Tenía en su boca uno de los pechos de la muchacha. Alexine acariciaba los dos.

-Métemelo -gritaba Culculine- no puedo más.

Pero el miembro permanecía fuera. Descargó dos veces y parecía desesperada, cuando el miembro penetró brutalmente hasta la matriz. Entonces, loca de excitación y voluptuosidad, mordió a Mony en la oreja, tan fuerte que le quedó un pedazo en la boca. Lo tragó gritando con todas sus fuerzas y sacudiendo magistralmente el culo. Esta herida, de la que la sangre manaba a chorros, pareció excitar a Mony, pues empezó a menearse más rápidamente y no abandonó el coño de Culculine hasta haber descargado tres veces, mientras que ella misma lo hacía diez. Cuando él desenfundó, los dos se dieron cuenta con asombro que Alexine había desaparecido.

Volvió pronto con productos farmacéuticos destinados a cuidar a Mony y un enorme látigo del conductor de un coche de alquiler.

-Lo he comprado por cincuenta francos -exclamó- al cochero 3.269 de la Urbana, y va a servirnos para poner en forma de nuevo al rumano. Déjame curarle la oreja, Culculine mía, y hagamos un 69 para excitarnos…

HASTA LA PRÓXIMA

sábado, 7 de febrero de 2009

«Todo son reproches, la terapia era nuestra última oportunidad»

Esta semana contactó conmigo una periodista del Diario Sur, los temas de pareja están de plena actualidad y se acerca el día de San Valentín. Por supuesto colaboré con el periódico, esta vez estaban interesados en las discusiones de pareja.

Hoy mismo ha salido publicado el artículo, obviamente un tema tan complejo no se puede abordar en una sola ocasión, pero sí ofrece un resumen de lo conversado en la semana.


Diario Sur, Málaga

«Todo son reproches, la terapia era nuestra última oportunidad»

La cultura del psicoanálisis se extiende en España. Para muchas relaciones, es la única solución a sus problemas

07.02.09 - R. SOTORRÍO| MÁLAGA

«Todo son reproches: yo le digo que me dedica poco tiempo, él me dice que ya no soy cariñosa... Pensé que la terapia era la última oportunidad». Como muchos, Carlos y Estela (prefieren mantener sus apellidos en el anonimato) decidieron recurrir al psicoanálisis como el último cartucho que quemar antes de la separación.

Tras cuatro meses de sesiones, siguen juntos y son capaces de reconocer sus defectos. «Me he dado cuenta de que le exijo ser un hombre perfecto, y eso no puede ser; yo tampoco soy la mujer perfecta», dice ella, de 32 años. «He entendido que tengo que dedicarle a mi familia un tiempo de calidad. Hemos vuelto a reírnos, a viajar...», añade él, de 35 años.

Hasta el desgaste

Es la situación más repetida: aguantar hasta que el desgaste de la relación ya es insoportable antes de pedir ayuda. «Nuestra relación durante quince años fue puro teatro, todo cara a la galería; pero por la noche, cuando estábamos solos en la cama, nos dábamos la espalda», rememora Teresa, de 41 años, que acudió a terapia con su pareja Miguel, de 42, durante un año y medio. Él lo ha dejado, pero ella continúa hoy en psicoanálisis. En su relación todo giraba en torno a su hijo menor, con problemas de abuso de sustancias. «Muchas veces discutíamos por él, por cómo regañarle, si castigarle o no... Al final, en lugar de educarle, mi hijo se aprovechaba de nosotros y nos peleábamos», recuerda Teresa.

Poco a poco, la cultura del psicoanálisis se va extendiendo en España, pero aún queda mucho camino que recorrer hasta llegar a la realidad de países como Argentina o EE. UU. «Allí el que no va al psicoanalista es un raro», apunta Helena Trujillo, profesional de la Escuela Grupo Cero. Parece que aún persiste el sentimiento de vergüenza. «Es difícil hablar de tus cosas con una persona extraña, tal vez hoy en día aún nos cuesta asumir que necesitamos ayuda», reconoce Manuel, de 36 años, que pasó por cinco meses de terapia. Las intromisiones familiares y el apego de su pareja a la madre eran sus principales focos de discusión.

Los expertos recomiendan dar el primer paso en el momento en el que la pareja no se sienta capaz de superar los problemas por sí misma. Incluso, aseguran, sería conveniente acudir a terapia antes de iniciar un proyecto de vida en común. «Si los vamos dejando pasar, después, con la llegada de los hijos, la rutina... se intensifican los conflictos y aumenta la sensación de insatisfacción», asegura Mari Carmen Ramajo, psicóloga de ISEP Clínic.

La conversación

La base sobre la que se sustenta la sesión es la conversación con el especialista, de forma individual o en pareja. En ellas, el terapeuta intenta descifrar las áreas de conflicto. En función de eso, se propondrán ejercicios prácticos y el aprendizaje de técnicas. «Es como una pared a la que uno habla y, a veces, le devuelve ciertas cosas, ciertas reflexiones en las que uno mismo no hubiera caído», afirma Trujillo. En un ambiente tranquilo, fuera del hogar (el epicentro y foco de las discusiones), los implicados comparten sus sentimientos. «En las sesiones hablábamos de muchas cosas de las que nunca nos habíamos atrevido. Ahora somos capaces de comunicarnos mejor», confirma Miguel.

No obstante, el éxito de la terapia no consiste en todos los casos en alcanzar la convivencia ideal o la reconciliación. La meta es ayudar a que ambos miembros empiecen a tomar decisiones sobre sus vidas y su futuro. «Muchas veces se pone en evidencia que la relación ha llegado al límite y optan por romper», añade Ramajo. Y es que, aunque lo diga el refranero español, los que se pelean... no siempre se desean.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Testimonio. La terapia de pareja te puede cambiar la vida

Ramón y Paqui cuentan su testimonio para que otras parejas en su situación puedan poner soluciones a sus problemas de pareja.
Paqui yo acudimos a terapia porque nuestro hijo pequeño comenzó a tener problemas de abuso de sustancias. Cuando consultamos a la psicoanalista el caso y ante la negativa de nuestro hijo de ir a tratamiento, se nos indicó que tomáramos sesiones de pareja. Al principio nos costó aceptar la indicación, porque imagínese… Sin embargo estábamos muy preocupados con el hijo, desesperados y haríamos todo lo necesario por él. Empezamos de esa forma a hablar con la psicoanalista. Tras un par de semanas resultaba casi necesario ir a las sesiones, en ellas hablábamos de muchas cosas de las que nunca nos habíamos atrevido a hablar.

Ramón era reacio a comenzar ese tipo de tratamiento, pero al final nos pusimos de acuerdo. Él quería llevar al niño a un centro, pero yo me negaba. Con el tiempo nos alegramos muchísimo de la decisión que tomamos.
Al principio todo giraba en torno al hijo menor, el mayor está estudiando fuera y da pocos problemas, pero el pequeño siempre exigió mucha atención y fue más problemático. Mi marido y yo muchas veces discutíamos por él, cómo regañarle, castigarle o no, dejarle salir o no. Al final en lugar de educarle, el hijo se aprovechaba y nosotros nos peleábamos. Durante las primeras sesiones hablábamos mucho del hijo, pero luego empezamos a hablar de nosotros, de cómo había cambiado nuestra vida con los hijos, de que empezamos a distanciarnos, de que hacía mucho tiempo que no nos sentíamos bien juntos pero habíamos permanecido juntos por ellos.
Cada vez que lo pienso me emociono. Nuestra relación durante 15 años fue puro teatro, todo cara a la galería, pero por la noche, solos en la cama, nos dábamos la espalda. Ahora estaba aflorando todo. Lloramos mucho en esas sesiones, pero nos vino muy bien. Pudimos hablar de muchas cosas, de que tal vez hubiera sido mejor separarnos.
Solucionamos el problema, tras bastante tiempo empezamos a tener ganas de hacer más cosas juntos, nuestra actitud era diferente y también nos apoyamos mucho mutuamente para ayudar a nuestro hijo. Le hablábamos más, en lugar de reprocharle sus conductas empezamos a interesarnos por su vida, por sus gustos. El chico empezó a ser más receptivo. A pesar de sus 16 años estaba muy falto de cariño y, también, de autoridad paterna. Le hicimos ver que le íbamos a apoyar en sus decisiones, pero que no todas serían igual de satisfactorias. Empezó a hablarnos de su interés por dejar el instituto y su deseo de formarse como mecánico, antes nos negábamos a ese tipo de ideas, ahora entendimos que había que prestar más atención a sus intereses y apoyarle.
Con los meses nuestro hijo dio un gran vuelco, le iba muy bien en el nuevo módulo de mecánica, cambió de amistades, pasaba más tiempo en casa y ya no volvía a casa malhumorado. Nosotros pasábamos más tiempo juntos y se respiraba otro aire en casa.
Al año y medio de terapia mi marido quiso dejar el tratamiento. No tomamos la decisión como un abandono, si no como un paso. Yo decidí continuar. El psicoanálisis me daba muchas energías y me había ayudado a volver a trabajar. Cosa que también influyó en que me sintiera mejor conmigo misma. Ahora somos capaces de comunicarnos mejor y desde que me psicoanalizo entiendo mejor a mi marido, antes le reprochaba muchas cosas, ahora intentamos apoyarnos.
A nosotros nos ayudó mucho, aunque al principio nos costó asumir que teníamos parte de responsabilidad en los problemas de nuestro hijo. Hoy en día somos una familia mucho más feliz. Lo recomendamos a las parejas amigas, muchas de ellas también tienen problemas y aún cuesta dar el paso de pedir ayuda.
Si desea consultar con un profesional puede hacerlo en el Departamento de Clínica de la Escuela Grupo Cero
En Málaga: Teléfono 952 39 21 65
En Madrid 91 758 19 40

lunes, 2 de febrero de 2009

¿Es usted envidioso/a?

LA ENVIDIA

“La envidia es algo terrible y perjudicial para quienes envidian, no para los envidiados. Daña, sobre todo, a aquéllos y los destruye como un veneno destilado en su alma”.
San Juan Crisóstomo

¿Ha sentido alguna vez rabia o enfado por el éxito de otras personas? ¿Vive fijándose en lo que consiguen sus conocidos y no valora lo que usted logra? ¿Cuando alguien le habla de algún logro, tiende a hablar de usted, incluso a mentir? ¿Se considera una persona envidiosa? ¿Sabe qué es la envidia?

La palabra envidia procede del vocablo latino 'invidere', que significa "mirar con malos ojos". Hay quien le llama mirada torcida. El Diccionario de la Real Academia dice de la envidia que es "la tristeza o pesar del bien ajeno".

El propio Homero encarnó ya, en Tersites, al envidioso de los tiempos heroicos. Shakespeare trazó una silueta definitiva en su Yago feroz, capaz de todas las traiciones y de todas las falsedades. El envidioso pertenece a una especie moral raquítica, mezquina, digna de compasión y desprecio. Sin coraje para ser asesino, se resigna a ser vil. Rebaja a los otros desesperado por la propia elevación.

La envidia, como el amor y los celos, es también un tema central en la literatura clásica y en las fábulas de Esopo, Samaniego, Iriarte y La Fontaine, cuyas moralejas permiten comprender mejor las causas de este mal y sus consecuencias funestas. Asimismo, en los cuentos de hadas, que tienen su origen en la tradición oral y la memoria colectiva, encontramos a personajes revestidos con los atributos de la envidia, unas veces como simples alegorías; y, otras, como lecciones arrancadas de la vida.

En el mundo bíblico, por ejemplo, la envidia está representada por la disputa habida entre Abel y Caín; un hecho del que resulta la expresión popular: “La furia de Caín”, para designar las malas intenciones de una persona envidiosa o cruel. Otro caso parecido encontramos en el mito de fundación de Roma, en el que Rómulo, impulsado por la ciega ambición y la envidia, mata a su hermano mellizo Remo.
El mundo antiguo conocía muchos caracteres de la envidia como pasión íntima. Entre los griegos es representada como una mujer con la cabeza erizada de serpientes y la mirada torcida y sombría. La cabeza coronada de serpientes era símbolo de sus perversas ideas; en cada mano llevaba un reptil: uno que inoculaba el veneno a la gente; otro que se mordía la cola, simbolizando con ello el daño que el envidioso se hace a sí mismo.

La filosofía clásica encontró fenomenológicamente al menos seis características en el «envidioso».

Al «envidioso» le produce pesar o descontento el bienestar y la fortuna de los demás. Él ve los bienes del otro, pero no las dificultades inherentes a su conducta, ni las privaciones y desventajas que ha tenido que superar para conseguirlos.

El envidioso es una persona próxima al envidiado. La gran desigualdad provoca admiración, mientras que la desigualdad mínima provoca envidia.

Lo que al envidioso le molesta no son tanto los valores materiales del otro. Dirige un odio mucho más profundo a la persona que tiene el bien. No pretende obtener sus bienes, sino destruirlos y, a ser posible, destruirlo a él también.

Cuanto más favores, atenciones o regalos haga el envidiado al envidioso, más fuerte será en éste el deseo de eliminar a aquél.

El envidioso dirige contra sí mismo la otra parte de ese odio agresivo: no sólo quiere destruir al otro, sino destruirse a sí mismo.

El envidioso nunca descansa: ni siquiera la expropiación forzosa de la fortuna del otro, logra apagar su envidia. Por eso, si la envidia fuese fiebre, todo el mundo habría muerto, dice el refrán.

El filósofo griego Aristóteles la definía como "el dolor por la buena fortuna de los otros". También es considerada como uno de los siete pecados capitales en la tradición cristiana, lo que ha provocado que en nuestra cultura haya tenido siempre connotaciones muy negativas.

Unamuno ha dejado una magnífica descripción de los sentimientos revueltos y revoltosos de un hombre atormentado por la envidia. En su novela Abel Sánchez, escribe Joaquín en su Confesión: “Pasé una noche horrible, volviéndome a un lado y otro de la cama, mordiendo a ratos la almohada, levantándome a beber agua del jarro del lavabo. Tuve fiebre. A ratos me amodorraba en sueños acerbos. Pensaba matarles y urdía mentalmente, como si se tratase de un drama o de una novela que iba componiendo, los detalles de mi sangrienta venganza, y tramaba diálogos con ellos. Parecíame que Helena había querido afrentarme y nada más, que había enamorado a Abel por menosprecio a mí, pero que no podía, montón de carne al espejo, querer a nadie. Ya la deseaba más que nunca y con más furia que nunca…”

En boca de Don Quijote, "Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo; pero el de la envidia no tal, sino disgusto, rencores y rabias".

El envidioso se pregunta muchas veces ¿por qué él y no yo? No acepta el triunfo ajeno, sobre todo, cuando sabe que la persona envidiada es alguien que un día no tuvo nada. Aquellos que dicen nunca haber padecido envidia están presos de su ceguera. La persona envidiosa no suele reconocer su envidia. Casi todos la hemos sentido en alguna ocasión, es una reacción que en principio no tiene por qué ser mala cuando se trata de admiración o comparación porque nos ayuda a mejorar y a superarnos. El objeto de la envidia no tiene por qué ser una persona concreta, también puede ser un "ideal" que se nos ofrece como modelo a imitar y que se le reviste de valía. El problema surge cuando la envidia se transforma en un trastorno u obsesión, ya que impide sentir alegría y mostrar satisfacción por los éxitos ajenos.

A comienzos del siglo dieciséis, Fray Antonio de Guevara se pronunció así: "Si hay algún hombre que sea bueno, es envidiado, y si es malo es envidioso.
Así que con el vicio nacional de la envidia, o la perseguimos o somos por ella perseguidos".

Los envidiosos, para procurar la caída de su rival: difaman, insultan, acusan y, lo que es peor, cuando ya no les queda más argumentos para hablar en contra, transforman la mentira en verdad. ¡Ojo!, el envidioso se disfraza casi siempre de amigo, para causar un daño en el momento menos esperado. De ahí que cuando se aparece un envidioso, lo mejor es avanzar con los oídos tapados y los ojos bien abiertos, para no escuchar los falsos cantos de sirena ni caer en las trampas que va dejando a cada paso.

Sabemos que la agresividad es constitutiva, de ella sólo nos llegan sus efectos. La posición del envidioso y del envidiado da cuenta de ese primer desgarramiento que sufre el sujeto en donde siente su imagen frente al espejo como otro que lo divide, lo desgarra para siempre. El otro es su imagen, es el conflicto del sujeto consigo mismo. La envidia es pura mirada sin correspondencia. El envidioso quiere destruir al otro, hacer que no exista. La envidia, por lo tanto, está emparentada con los celos y el odio. No se envidia lo que posee el envidiado, sino la imagen que el envidiado proyecta como poseedor del bien. Una creencia convencionalmente aceptada es que se desean objetos, que hay objetos amados. Sin embargo, el psicoanálisis nos muestra que el deseo no desea objetos, sino que desea deseos.

La envidia es el afecto de las mil caras, es decir, se puede esconder tras el rostro más angelical y la actitud más servicial. Sin embargo, la envidia puede llevar a un trabajador o a un empresario a romper aquello que le hace sentirla, porque la envidia no permite o no tolera que el otro tenga algo que yo no tengo. Y para no sentir esa carencia, un envidioso es capaz de producir su despido o hundir su empresa con tal de ver caer al objeto de su envidia.

La forma más conflictiva de envidia es aquélla que se dirige hacia las personas que uno ama. Es este tipo de envidia el que tiende a sumergirse con mayor vigor en el Inconsciente, porque amenaza con destruir precisamente aquello que valoramos. “Es envidia la que provoca placer por las desgracias de los amigos” Por un lado, causa pena la triste situación del amigo; por otro, resulta casi espontáneo conducir los sentimientos placenteros por el sendero de la burla. La envidia se tapa la cara con la risa burlona, aunque el alma se duele. La envidia se siente frente a los iguales o semejantes, en la medida en que se van alejando de nosotros. Dicho con otras palabras, difícilmente se experimenta la envidia con los superiores. envidiamos a quienes nos son próximos en el tiempo, lugar, edad y fama.

La vida de una persona envidiosa no gira sobre su propia realidad, sino sobre lo que desearía, sobre lo que no tiene, sobre lo que le falta. La insatisfacción y el vacío es un continuo que le impide gozar de su vida real. La tristeza y el pesimismo le privan de la espontaneidad y la alegría. No sabe reírse con otras personas ni de sí mismo. Sólo lo hace con mofa y desprecio hacia los otros.

Bertrand Russell sostenía que la envidia es una de las más potentes causas de infelicidad, porque aquel que envidia no sólo sucumbe a la infelicidad que le produce su envidia, sino que además alimenta el deseo de producir el mal a otros.
Freud hizo la siguiente reflexión: "Quien posee algo precioso, pero perecedero, teme la envidia ajena, proyectando a los demás la misma envidia que habría sentido en lugar del prójimo”. Pueden hacernos sentir envidiosos numerosas cualidades de otras personas: su talento, su juventud, su renombre, su belleza, sus posesiones y hasta su virtud.

La envidia revela una deficiencia de la persona que la experimenta. Sabemos de qué carece el envidioso a partir de aquello que envidia en el otro. La tristeza del envidioso no está provocada por una pérdida, sino por un fracaso, por no haber conseguido. La envidia está muy relacionada con los celos, pero éstos implican una relación triangular –sujeto, objeto y rival-, mientras que la envidia es dual”. La diferencia entre celos y envidia es que la envidia nace cuando me doy cuenta de que no tengo lo que el otro tiene, pero, y esto es esencial, no quiero para mí lo del otro, sino que quiero que el otro no lo tenga, es decir que deje de tener.
Es difícil descubrir al envidioso pues a veces se esconde a través de una apariencia amable, acogedora y simpática y otras se camufla en conductas de excesivo respeto, o excesiva admiración, el envidioso se "alegra de los fracasos ajenos", "sufre con los éxitos ajenos", pero desaprovecha tanta energía que no es capaz de alcanzar sus propios objetivos.

La familia es un buen ejemplo de un lugar donde abunda la envidia. ¿Quién no conoce alguna familia donde los hermanos están enfrentados porque uno considera que ha sido ninguneado con respecto a lo que se le ha dado al otro? En el mundo del deporte también es célebre la envidia entre estrellas del mismo equipo. Esta situación suele terminar con uno de los jugadores cambiando de aires. Para finalizar, mi contexto preferido para detectar la envidia: el contexto laboral. Normalmente trabajamos con desconocidos. No hemos elegido a nuestros compañeros de trabajo y, por tanto, no es descabellado que surjan conflictos entre personas que son muy distintas a nosotros.
La conocida como "envidia sana" no existe. Es un sentimiento que debe ser aceptado como uno más de los que sentimos. La preocupación llega cuando ese sentimiento posee al individuo. La envidia puede ser considerada como una forma de admiración que puede ser útil. "Esto implica el deseo de tener aquello que posee el otro, pero no es necesariamente un sentimiento malo; puede servir como un impulso para superarse y seguir adelante en la dirección de lo deseado". Observar a otras personas como modelos de uno mismo y tratar de imitarles puede ser una respuesta sana y positiva.
Parece estar de moda el catastrofismo: se comentan más los dolores que las alegrías; porque tal vez la audiencia de la queja provoque menos envidias, que la manifestación de las alegrías. Tal vez debamos reconocer todos la parte que nos toca como envidiosos y, tal vez como envidiados. Cuidarnos de uno mismo y de los otros. De la envidia autodestructiva y de los envidiosos que, en lugar de ayudarnos, pondrán piedras en nuestro camino. Solos no podemos vivir, pero hay que saber elegir a los que nos acompañen en el trecho de la vida.