Frutería en Manresa, ERNEST DESCAL
EL VENDEDOR DE FRUTAS Y PÁJAROS
Yo soy ese hombre vendedor de frutas
que en las ciudades a las puertas llama,
con su pequeño carro y su burrito
y un pregón musical para que le abran.
Oídme lo que digo, gentes duras,
escuchad mi pregón y mis parábolas:
vengo del monte, de los campos vivos.
Soy un fruticultor de la montaña.
Vendo liebres y tórtolas, limones
y ramas de malvón, vendo naranjas.
Ofrezco almíbar de ciruelas rojas
y blando betabel, vendo guanábanas.
Nísperos doy y fresas y aceitunas
y flores de amarilla calabaza.
Vendo zenzontles, lirios y turpiales
y un mirlo arrullador en esta jaula.
Venid, llegad a mi silbante fronda
que en la ciudad ensombrecida avanza.
Vendo membrillos, uvas y frambuesas.
Acudid a comprar, vendo manzanas.
Pero nadie me escucha y estoy solo.
¿Qué se hicieron los niños que compraban
mis pájaros azules, mis ramitos
de arrayanes y todas mis castañas?
Me siento solo en la ciudad oscura.
Cambiaré mi pregón: ¡vendo esperanza!
Vendo alegría para el mundo, vendo
ternura y amistad para las almas.
¿Quién recibe un manojo de ternura?
¿Quién quiere conocer esta abundancia
cristalina que llevo entre las manos,
y que amistad y corazón se llama?
Vendo espíritu puro, vendo brisas.
Soy un apicultor de las montañas.
Pero nadie me escucha y mis pregones
se estrellan contra el muro de las casas.
La ciudad en las brumas no recuerda
que soy su antiguo compañero. Hay caras
desconocidas para mí y se nublan
cuando paso, portones y ventanas.
Vendo frutas recientes, las más dulces,
y alcatraz y laurel y remolacha.
El eco imperceptible me responde.
Nadie más…y mi espíritu se apaga.
Voy a brindar la miel de mis colmenas
a las tímidas liebres y a las cabras,
y mis primicias de algodón al nido
del colibrí y a las palomas blancas.
La ciudad en las brumas me desprecia.
Soy un vulgar jardín sucio de cáscaras.
No se puede ofrecer frutas y alondras
a un mundo sanguinario que fracasa.
No se pueden llevar lirios al pecho,
porque otros lucen homicida espada.
¡Adiós, adiós, me voy con mis jilgueros,
mis frutas y mi olor a mejorana!
Ya nadie me conoce. ¡Adiós, amigos!
Vendo ciruelas, nueces y guayabas.
En el reloj de la vecina torre
suena la una de la madrugada.
¡Qué soledad! Mis pájaros sollozan
y no he vendido ni siquiera un ánsar.
Y yo creyendo que era el medio día,
y era mi corazón el que irradiaba.
Mi abierto corazón de niño grande,
vendedor de avecillas y balsáminas.
Ahora lo comprendo: era mi espíritu.
Soy una claridad entre fantasmas.
Me circundan espectros de otros mundos.
Seres que conocí surgen y me hablan
desde el fondo apacible de otros días,
y les vuelvo a decir: ¡vendo naranjas!
Me miran y se alejan y se ocultan
otra vez en las sombras asordadas.
Yo empuño un sol nocturno y en su esfera
le signo un ruiseñor con ojos de águila.
Y me pregunto: ¿qué hago yo a estas horas
con un carro de flores y calandrias?
¿Por qué esta oscuridad, por qué hay tinieblas
siempre en nosotros, siempre agazapadas?
¡Ah mi espíritu simple que transforma
las penumbras en luz, y entre sus lágrimas
suelta un barquito de papel y dice
que él es el capitán de aquella barca!
¡Ay del que ignora que jugó y fue niño!
¡Ay del que vive lejos de su infancia!
Mas, ¿qué hacer con los sueños que yo tuve
y en dónde ir a soñar los que me faltan?
¿Cuándo seré más hombre y menos niño?
¿Cuándo tendré la voluntad forjada
a golpes de cincel como ese obrero
que en túneles sin luz vive y trabaja,
o como el panadero que en la boca
del horno abrasador curte las masas
y el brazo leudador hunde en el gluten
y de la cueva renegrida saca
panes alimenticios y reservas
que el hombre necesita en su morada?
¿Cuándo me dejaré de estar creyendo
que no hay dolor y que las piedras cantan?
¿Cuándo voy a entender que entre los bosques
un tigre sideral bruñe sus garras?
¡Qué torpeza!... y me burlo de mí mismo.
¡Luz y penumbra … y no diferenciarlas!
¡Pobre de mí que nunca he comprendido
lo que dice mi perro en sus alarmas!
Él sí sabe, él sí escucha y él sí ha visto.
¡Me estremecen sus cósmicas miradas!
Va certero a sus presas y adivina
dónde está el escorpión y a qué distancia.
Pero a mí se me oculta siempre el mundo
¡y qué equivocaciones tan extrañas!
¡Vender turpiales a la media noche
y por una ciudad abandonada!
¡Oh discordantes sumas de mis cifras!
¡Oh divino ignorar de mi ignorancia!
Mi burrito se acuna y en sus sueños
por las estrellas inocentes vaga,
y las Siete Cabrillas en sus rondas
lo hacen girar con músicas y danzas.
¡Qué soledad!... mis pájaros suplican
y se me parte contra el mundo el alma.
Vendo azucenas, higos y nopales,
doradillas y tallos de linaza.
Mas ya me voy con mi burrito triste,
mi viejo carro y mis cantoras jaulas.
¡Adiós, adiós, me voy hacia las brisas!
Ya nunca volveré… o quizá mañana,
si la luna y el sol no se equivocan
y mis sentidos de juglar no fallan.
En el reloj de la vecina torre
timbra el vacío de la madrugada.
Vendo gladiolos y orozuz y alpiste
y aretillos y anís…¡vendo esperanza!
GERMÁN PARDO GARCÍA
(Ibagué, 1902 - México, 1992) Poeta colombiano. Su padre fue presidente de la Suprema Corte de Justicia y él cursó estudios de Filosofía y Letras. Se dedicó muy pronto al periodismo y a la poesía, y publicó en su país su primer volumen de versos: Voluntad (1930). Desde 1931 residió en México, donde dirigió la revista literaria Nivel.
Fue fundamentalmente un poeta, de iniciación postmodernista y temperamento romántico, pero de aspiraciones independientes, a tono con su fervor de soledad. En su Torre de marfil lo obsesionan tres temas: la injusticia social, la guerra y la muerte. Su inquietud pacifista ante las experiencias nucleares han motivado que algunos lo llamen el poeta de la era atómica.