Existe el contrato de trabajo, y no sólo en el derecho, sino más bien, primero, en el lugar de trabajo. No existe por ahora un contrato de amor, ya que el contrato matrimonial no se puede considerar un contrato de amor, ya que en él tiene que ver más el dinero que el amor o, sencillamente, el deseo.
No existe ningún contrato universal que regule la cantidad de horas que necesita un amor para sobrevivir. Sin embargo, hay leyes internacionales del trabajo que aquellos países que no las cumplen son subdesarrollados o peor aún. Todo trabajador tiene una idea más o menos clara de cuántas horas tendrá que trabajar este mes y también cuántas horas tendrá que trabajar el mes que viene.
Ningún amante sabe exactamente las horas que tendrá que dedicarle a su amante durante este mes y el próximo para poder lograr su goce, su felicidad, su permanencia a su lado.
Separar apropiadamente el sexo del dinero debe ser tarea tan fuerte como separar el número dos de la palabra amor, que no sé si algo he conseguido en ese sentido, a pesar de haber puesto toda mi energía en el tema durante los últimos cuarenta años de mi vida. ¡Qué horror!
(Fragmento del libro: NO VE LA ROSA, de Miguel Oscar Menassa)
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