viernes, 17 de abril de 2009

TE VENDO MI VIDA

TE VENDO MI VIDA

Por una módica cantidad toda vida tiene precio, o eso piensan algunos que están dispuestos a vender su intimidad y la de sus hijos al mejor postor. La telerrealidad no ha alcanzado aún su límite y si hace poco nos enterábamos que una moribunda vendía sus últimos momentos de vida, ahora la madre de octillizos norteamericana, que ya tenía seis hijos de un parto anterior, está decidida a vender su intimidad los próximos 18 años.
Una cosa fue la experiencia, hace ya bastantes años, de un primer Gran Hermano, que a todos nos sorprendió y nos llamó de una forma u otra la atención, y otra es esta escalada de realitys en los que se realiza un cambio de imagen, se adelgaza, se busca novio o novia, se sobrevive en una isla, incluso se resuelven problemas psicológicos… Hasta dónde vamos a llegar, ¿hay límites éticos? ¿todo tiene un precio? Tal vez tendríamos que preguntarnos también por qué venden tanto este tipo de programas, no en vano son algunos de los que más audiencia generan y, de ahí, su interés para las cadenas televisivas. Somos curiosos, de eso no cabe duda, las mirillas ya hacían sus estragos en otro tiempo, ahora basta con encender el televisor para ver cómo visten, piensan y viven otras personas, incluso con un sentimiento de impunidad que antes no teníamos. Ahora es normal hablar en el desayuno del programa del día anterior y si no, parece que estás fuera de onda.
Este cotilleo no es patológico o perjudicial, pero tiene que tener límites. Reconozcamos que todos nos hemos preguntado alguna vez cómo vive nuestro vecino, cómo hará el amor o si son normales algunas de nuestras costumbres en comparación con las costumbres de los demás. Todos, o casi todos, hemos leído alguna vez alguna revista rosa. Muchas veces esta curiosidad supone una prolongación de nuestra propia vida, es decir, hay cosas que nunca viviremos y verlas en otros nos hace ser partícipes de algún modo. De esta forma, tantas veces, nos sentimos identificados con alguno de estos personajillos o le apoyamos a través de llamadas o mensajes de teléfono. Recuerdo ahora el entierro reciente de una participante del Gran Hermano Británico que más parecía el funeral de un personaje de la realeza. ¿No ensalzará el pueblo a ciertos personajes por el deseo de ser él mismo el protagonista? Lógicamente es más fácil sentirse cerca de alguien como nosotros que de un príncipe o princesa.
Mirar es una pulsión que nos satisface, pero ni todo se puede ver ni es bueno que los demás sepan demasiado de uno. La vida privada es un valor que hay que preservar, ¿no les ha pasado que cuando lo conocen todo de su pareja deja de parecerle tan atractiva? Por mucha confianza que uno tenga o quiera tener, hay que mantener como propias ciertas parcelas para que no se acabe el misterio y el interés. Nuestra vida, claro, no es un “reality show” aunque algunos pretendan hacer de ello una profesión. Con el tiempo, hemos sido testigo de la debacle de muchos de estos personajes que un día aparecieron en televisión. Han salido escasamente vestidos en revistas, se han paseado por platós de televisión, han vendido exclusivas, creyendo que podrían vivir de ese falso personaje construido sin trabajo. Al final acaban como el rosario de la aurora si no son capaces de desarrollar un proyecto diferente. Algunos, es cierto, desarrollaron una carrera artística, otros se hicieron presentadores de televisión, algunos montaron su propio negocio, pero para mantenerse han debido hacerlo compitiendo con el resto, la fama, ya sabemos, es efímera.
No sabemos aún cómo acabará esta “octomamá”, lo que está claro es que su ética está en tela de juicio y su capacidad de cuidar y educar a sus 14 hijos también. La vida es mucho más que un plató de televisión, cuando las luces se apagan, sin maquillaje, sin cámaras, cada uno debe enfrentarse a sus propias miserias. Si somos o no capaces de hacerlo muestra el tipo de persona que somos. En sus manos está ahora la vida de sus hijos, esperemos que en el futuro no le tengan que echar en cara que los tuvo para vivir a costa de ellos.

Helena Trujillo Luque
Psicoanalista

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